De revoluciones y hambre
Pero las revoluciones pacíficas en los países árabes no empezaron ahí. Nacieron en Gdeim Izik, un punto en medio de la nada, a pocos kilómetros de la capital del Sáhara Occidental. En octubre de 2010 miles de saharauis acamparon durante semanas reivindicando igualdad. Igualdad de derechos y de oportunidades en una tierra controlada por Marruecos, donde hay un 45% de paro que afecta, en su gran mayoría, a saharauis.
Después las protestas se han extendido a Argelia, a Yemen, a Jordania, Libia, Irán, y han salpicado Marruecos, Arabia Saudí, Siria y Palestina. Quizás las revoluciones pacíficas no consigan acabar con todas sus tiranías ahora. Quizás Abdelaziz Bouteflika o Muamar Gadafi mueran antes de verse exiliados. Pero los pueblos ya han triunfado.
Las revoluciones no tienen marcha atrás quieran sus dictadores darse cuenta o no. Porque no vienen promovidas por intereses coyunturales ni por veleidades efímeras. No hay detrás de ellas motivos religiosos ni injerencias extranjeras, por mucho que se empeñara Mubarak. Los movimientos populares de los países árabes no tienen marcha atrás porque son cuestión de supervivencia. Es pobreza, es la subida disparatada del precio de los productos básicos. Es hambre. Es la falta de oportunidades. Es un golpe social para terminar con este orden de la economía mundial. Como dice el economista Jeffrey Sachs, "no son los Hermanos Musulmanes ni es la política... sino el hambre de millones de personas" lo que pone en jaque el estatus quo actual de los países árabes. Y, por extensión, al resto del mundo.
Los pueblos árabes se han dado cuenta de que no pueden vivir oprimidos por las voluntades de unos pocos. Sus reivindicaciones legítimas, su tesón insaciable, su lucha pacífica, su dignidad envidiable, ya han marcado un punto en la Historia de la Revolución de los Pueblos. Ojalá no se cansen. Ojalá.