De dictadores y dictados
Parece que nunca se van a ir. Es lo que tiene ser un dictador, que normalmente se es durante toda una vida. Que se lo digan a Jean Claude Duvalier, que primero se nombró "presidente vitalicio" (sin duda un eufemismo mucho más elegante que proclamarse "tirano" a uno mismo), más tarde tuvo que salir de Haití (después de reprimir todo lo reprimible y de robar todo lo robable) y ahora resulta que vuelve, pasados 25 años de exilio en Francia, porque "quiere ayudar". Vuelve el día en el que se debería haber celebrado la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Vuelve horas antes de que llegue a la isla Insulza, el secretario general de la OEA, que supuestamente va a pedir al actual presidente, René Préval, transparencia en el proceso electoral. Vuelve, en definitiva, otro dictador que va a poner a prueba a la Comunidad Internacional, para dejarla en evidencia o para demostrar que realmente tiene algo que decir en esto del panorama mundial. Ahora los haitianos tienen bastante con reconstruir sus vidas, un año después del terremoto, con encontrar un sitio mejor que una tienda de campaña para dormir y con evitar contraer el cólera. Aún así una vez, en 1986, se levantaron y consiguieron deshacerse de un sinvergüenza. Ojalá les queden fuerzas para volver a hacerlo y poder cimentar de una vez un país, además de sus propias vidas.
Hay veces que pasa. Hay veces que un pueblo puede con sus gobernantes y corruptos. Ha pasado en Túnez. Mohamed Bouazizi se perderá en el olvido de nuestra Historia pero fue el que cambió la de los tunecinos. Él empezó la llamada Revolución de los Jazmines cuando se quemó a lo bonzo el pasado 17 de diciembre, después de que la policía le quitara su único medio de vida: su puesto de frutas. Desde entonces, una oleada de protestas ha provocado el exilio de la familia Ben Alí, que después de 23 años teniendo la desvergüenza de someter a todo un pueblo, ha tenido la indignidad suficiente como para huir a escondidas. Y con 45 millones de euros en lingotes de oro bajo el brazo, excentricidades de dictadores...
Los cambios desde abajo se pueden. La pregunta es ¿qué se necesita para hacer que estallen?.
Hay veces que pasa. Hay veces que un pueblo puede con sus gobernantes y corruptos. Ha pasado en Túnez. Mohamed Bouazizi se perderá en el olvido de nuestra Historia pero fue el que cambió la de los tunecinos. Él empezó la llamada Revolución de los Jazmines cuando se quemó a lo bonzo el pasado 17 de diciembre, después de que la policía le quitara su único medio de vida: su puesto de frutas. Desde entonces, una oleada de protestas ha provocado el exilio de la familia Ben Alí, que después de 23 años teniendo la desvergüenza de someter a todo un pueblo, ha tenido la indignidad suficiente como para huir a escondidas. Y con 45 millones de euros en lingotes de oro bajo el brazo, excentricidades de dictadores...
Los cambios desde abajo se pueden. La pregunta es ¿qué se necesita para hacer que estallen?.
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