De radios y camelias

Se trata de hacer propio un rinconcito de todo este espacio gigante, en el que no somos nadie pero en donde todos existimos. Se trata de hacer un hueco a esa palabra... más arriba, más abajo, a un lado o del revés. Se trata de abrir los ojos, alzar la mano, tener una voz y ser consciente de que todo, todos, aportamos, importamos.

viernes, 28 de septiembre de 2007

Welcome Mr. Ahmadinejad

El lienzo que Columbia le tenía preparado a Ahmadinejad es el mejor reflejo del recibimiento que los americanos querían dar -y dieron- al presidente iraní.
Todo un fondo negro y miles de ojos clavados en cada gesto del ponente, en cada una de sus palabras que fueron seguidas con una minuciosidad extrema.

Una visita incómoda, que empezó con la prohibición al mandatario de asistir a la Zona Cero. Una presentación insultante que no hizo a Ahmadinejad venirse abajo. Una invitación -la de la Universidad- muy criticada por algunos de los sectores, pero que demuestra un alarde envidiable de libre expresión en esta sociedad donde, muchas veces, parece que está pautada. La presencia de Ahmadinejad en Columbia en una de las paradojas, de las luces y las sombras, que le dan vida a una cuidad única como es Nueva York.

Llegó en un mar de críticas. Críticas de los medios locales: periódicos, televisiones, radios. Críticas sociales: manifestaciones, pancartas, gritos, protestas. Críticas de los mandatarios mundiales: Sarkozy, Merckel, Bush. Pero, a pesar de todo, Ahmadinejad consiguió salir como un héroe. Como un héroe para los suyos. Un héroe calmado a pesar de sus falacias -negó el Holocausto o la existencia de homosexuales en Irán-. Ahmadinejad negó querer una guerra contra Estados Unidos. Ahmadinejad negó querer fabricar la bomba nuclear. Ahmadinejad habló por el sufrimiento de los palestinos y aseguró querer mostrar sus respetos por los atentados del 11-S.

Ahmadinejad es el nuevo líder mundial para los que están contra Occidente. Y Occidente se lo pone en bandeja. Ahmadinejad llega a Naciones Unidas como la hormiguita a la que las grandes potencias quieren humillar. Pero esa hormiguita se convierte en estrella, ni más ni menos, que dando entrevistas para la CBS, conferencias en la prestigiosa Columbia y discursos en Naciones Unidas.

Y la realidad es que Ahmadinejad no está solo. Millones de personas lo veneran. Y no sólo "islamistas radicales" de los que tanto hablan los medios. Sino personas que simplemente entienden el mundo de otra manera, lejos del imperialismo y de nuestra "justiciera" visión de Occidente. En América Latina se le recibe con honores de Simón Bolívar. Venezuela y Bolivia acogen a Irán como a un hermano asiático, unidos por el antiamericanismo y la defensa de un desarrollo nuclear pacífico. Y no se queda ahí, las afinidades hispanas del iraní se extienden también a Ecuador y Nicaragua.

¿Será que desde su silla de paja la realidad tiene un color diferente al que se ve desde nuestro trono de oro?


martes, 11 de septiembre de 2007

11-S y 11-S

Comía puré. Lo mismo que llevaba comiendo durante los últimos catorce meses. Variaban mucho, eso sí, procuraban no repetir ingredientes en la misma semana. Pero ella no alcanzaba a notar más que el frío o el calor. O los garbanzos. Si era de garbanzos reñía a la enfermera con un genio que debía guardar debajo de la cama, porque en sus costillas no cabía. Pero es que siempre había odiado los garbanzos y, de eso, se acordaba. De eso y de fumar. Una amiga suya, la Juana, le llevaba cigarros a escondidas. La conoció en sus días de exilio, y la cobijó como a una hija. Y ahora, en este camino de ida y vuelta que es la vida, la mujer se propuso devolverle tanto favor prestado. Siempre que pasaba por Madrid la iba a ver, y escondía algunos paquetes en la estantería, debajo de los camisones. A ella se le había olvidado hasta hablar, pero sabía que aquella señora vestida de negro cuidaría de que nunca le faltara un capricho.

Sus nietos la visitaban y leían para ella. Uno de ellos quería ser poeta y le inspiraba tanto silencio compartido. Sus canas le sugerían versos y su olor, sus dedos entumecidos, su mentón descolorido... su piel. Sus uñas amarillas, sus surcos con historias, sus pequeños ojos grises y su sonrisa... cuántas cosas había vivido antes de poder fabricar esa sonrisa.

Su cuarto estaba casi vacío. Tenía una foto en blanco y negro del amor de su vida. José, aparecía apoyado en una mocheta, muy elegante, con aquel traje de la época. Las manos entrelazadas y una sonrisa -otra sonrisa- que no correspondía a las complicaciones de sus vidas en aquellos años. Por eso siempre le amó. Tenía una radio que le gustaba tener encendida, como si fuera la banda sonora de su vida; y un vaso de agua, encima de la mesilla. En su día dijo no querer nada más. Se obcecó en que sólo quería tener con ella las cosas importantes y limpió su mueble de joyeros y recuerdos; descolgó un cuadro, el espejo de madera que le regaló su hermana e incluso quitó la lámpara para dejar la bombilla, el casquillo y el cable al descubierto. El estado de su habitación le hacía parecer todavía más vieja.

Aquella, era una tarde más. Recostada en su cama, se intentaba quitar el esparadrapo que le sujetaba la vía del suero al brazo; pero ni para eso tenía fuerzas. Ella miraba a la nada mientras el nieto recitaba. La radio se escuchaba lo suficiente para que ambos se dieran cuenta de que cortaron la programación, para hacer una retransmisión especial. Algo pasaba. Era 11 de septiembre y se temieron lo peor. Por fin salió esa voz, tan reconocible para ella, y lo contó: Fidel había muerto.

Se incorporó y a duras penas encendió un cigarro. Se volvió a recostar, soltó una diminuta carcajada irónica, y dijo: ¡Pepe, viva la Revolución!